Tras la tragedia de Smolensk

Foto de Reuters/Vostock Photo

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Hace un año, un accidente de avión en Smolensk desgarró el tejido político y militar de Polonia. En la actualidad, resulta evidente que los lazos puramente afectivos creados a raíz del siniestro no han bastado para impulsar una reconciliación duradera entre Polonia y Rusia.

Sin duda volverán a oírse críticas virulentas y teorías conspirativas antirrusas durante las múltiples conmemoraciones de esta semana, aunque lo cierto es que sólo representan a una minoría, por ruidosa que sea. La sobriedad con que la que tanto el estado como las instituciones políticas han afrontado la tragedia confirma la solidez de Polonia como miembro de la familia europea, un estado moderno y seguro de sí mismo. Pero eso no es suficiente. Si la buena voluntad no se diluye, es importante que Polonia se dé cuenta de que Rusia puede ser un socio igualmente comprometido con una relación progresista.

La muerte del presidente polaco y de otras noventa y cinco figuras prominentes del estado a consecuencia del siniestro de Smolensk paralizó temporalmente a la sociedad polaca. La sensación generalizada de pérdida y duelo volverá a recrearse brevemente por unos días, cuando centenares de miles de personas de todo el país depositen flores y enciendan velas en conmemoración de los pasajeros que iban a bordo del TU-154.

La violenta historia de Polonia ha hecho que sus ciudadanos tengan una práctica considerable en rituales de duelo. Es algo que tanto los jóvenes como los mayores se toman en serio. Sin embargo, la clase política de Polonia logró superar la situación y salir adelante, lo mismo se aplica a la mayor parte de los polacos de a pie. Las encuestas de opinión apuntan a lo que podría denominarse “cansancio de Smolensk”: un año después de la tragedia, sólo el 13% de los polacos considera el accidente aéreo un ”acontecimiento trágico de especial trascendencia simbólica”. Al 78% de los polacos le resulta “aburrido, o irritante” hablar de la tragedia; pero lo más significativo es que casi el 90% cree que el suceso se ha explotado con fines políticos.

De modo que el año transcurrido ha servido para demostrar que muchos polacos rechazan una mitología del martirio idealizada y optan por un patriotismo más moderno y pragmático. El actual gobierno ha contribuido a marcar la pauta. Donald Tusk, actual primer ministro, ha expresado en varias ocasiones que no es positivo para nadie fomentar un sentimiento antirruso.

Las relaciones entre ambos países han permanecido estables todo el año a pesar del rechazo polaco al informe ruso sobre la investigación del accidente. Las relaciones comerciales alcanzaron los 24.000 millones de dólares, lo que supone un aumento del 40% respecto a 2009. Sin embargo, Varsovia y Moscú no logran hacer auténticos avances.

Según los polacos es necesario que haya mayor apertura y honestidad por parte de Rusia. En relación al informe de Smolensk, el primer Ministro señaló que los rusos están intentando tapar algunos aspectos de la catástrofe, no porque haya secretos turbios sino porque no les gusta reconocer sus debilidades.

Los polacos creen que ocultar la verdad es una práctica muy arraigada en la cultura política de Rusia, aunque reconocen que ha habido adelantos. Si comparamos la reacción soviética a raíz de la explosión de la central nuclear de Chernóbil, de la que este mes se cumplen 25 años, la respuesta rusa a la tragedia de Smolensk ha sido de una franqueza asombrosa. La semana pasada, los rusos entregaron once volúmenes de documentos desclasificados sobre la masacre de Katyn de 1940, en la que murieron más de 20.000 oficiales polacos. Aunque sea con mucho retraso se trata de un gesto importante.

Sin embargo, no es suficiente. Rusia debe demostrar que es capaz de hacer algo más que gestos de franqueza y buena voluntad en momentos cuidadosamente estudiados para poder superar definitivamente el legado de recelo que arrastran los polacos. No basta con que el presidente Dmitri Medvédev hable de modernización en su página de Twitter o que el primer ministro, Vladímir Putin, cante en voz baja “Blueberry Hill” para un público hollywoodense para que Rusia se convierta en un estado genuinamente moderno. Es necesario dar muestras de honradez y aumentar la transparencia.

Y debe hacerlo pronto. El otoño que viene se celebran las elecciones parlamentarias de Polonia y los políticos polacos no van a querer dar la imagen de estar confabulados con Rusia. El partido “Ley y Justicia”, liderado Jaroslaw Kaczynski, hermano gemelo del difunto presidente, intentará nuevamente ganarse el voto de los que alimentan un sentimiento antirruso. También en Rusia se acercan momentos importantes a nivel político. Mientras se acerque la campaña electoral de 2012, el presidente Medvédev estará más que dispuesto a gestionar con eficacia su nivel de popularidad y utilizarlo en contra de Putin.

Es importante recordar que, a medida que Polonia se vaya acercando a la presidencia de la UE el próximo mes de julio, la política europea se dirigirá hacia Rusia con más intensidad que nunca. Por su propio interés, Rusia debería tender un puente hacia Polonia mientras las condiciones sigan siendo favorables.

Philip Boyes trabaja como redactor de discursos para un destacado político de la UE. Vive en Varsovia y tiene ciudadanía polaca.

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