Epifanía “española” en la Rusia profunda. Fuente: Ria Novosti
En un rincón del mundo…
Es un lugar apartado del mundo, entre tupidos bosques y caminos intransitables para un coche normal.
Estamos a tan sólo 250 kilómetros de Moscú, pero todos los pueblos de alrededor están casi abandonados y han perdido todo rastro de civilización. No hay ni bibliotecas, ni “casas de cultura”, ni tiendas. Tan sólo, muy de vez en cuando pasa un tractor que limpia los caminos de nieve, y una furgoneta que vende alimentos.
La casa del padre Valentín en la aldea Vyrets está al lado de la iglesia Známenskaya. Los habitantes del pueblo casi se pueden contar con los dedos de una mano. De momento, en el pueblo viven: un hermano y una hermana jubilados y alcohólicos, una viejita que está sola y la familia Tsvetkovy, que tiene muchos hijos.
La aldea de Vyrets en el distrito de Likhoslavlski en la región de Tver es muy antigua, su historia data de 1650. Aquel año fue construida una iglesia para conmemorar la victoria de los guerreros rusos sobre los lituanos. El templo de piedra consagrado en honor al icono de la Virgen de la Señal (Známeniye), en la que oficia el padre Valentín, fue erigido mucho más tarde, en 1825.
El área de responsabilidad del arcipreste Valentín Bonilla es la iglesia Známenskaya y dos casas de oración en los pueblos Nikólskoye y Páltsevo. Los separan unos cuantos kilómetros. A veces, para dar la comunión a alguien o celebrar la misa de cuerpo presente, el padre Valentín tiene que andar varios kilómetros a través del bosque.
El nieto de un piloto comunista español
El español Domingo Bonilla está sepultado bajo unos abedules en el cementerio del pueblo, al lado de la iglesia Známenskaya en la que oficia su nieto.
Durante la Guerra Civil española, el piloto Bonilla combatió en el bando republicano. Cuando terminó la guerra , Domingo huyó a Francia junto con sus camaradas. Poco después consiguió llegar a la Unión Sovíetica, lugar que siempre había admirado. Durante la Segunda Guerra Mundial, el comunista Domingo Bonilla defendió el espacio aéreo de su nueva patria. Después de la guerra trabajó en la fábrica de coches ZIL, donde conoció a una chica rusa con la que se casó.
Hace unos 40 años, cuando los campos del koljoz todavía estaban llenos de trigo y había gente para ordeñar las vacas de la aldea, Domingo Bonilla se compró una casa en Vyrets.
"Cuando era adolescente, venía desde Moscú al pueblo todos los veranos para visitar a los abuelos”, recuerda el padre Valentín. “De chico me gustaba jugar en la iglesia Známenskaya, que en aquel entonces estaba abandonada. Si alguien me hubiera dicho entonces que pasados unos diez años oficiaría aquí, no me lo habría creído".
El padre Valentín, que ahora tiene 39 años, encontró la fe siendo adulto, después de haber terminado el colegio y la escuela técnica. Al igual que su padre, es ingeniero de profesión. Posteriormente, estudió a distancia en el Seminario ortodoxo de Moscú, situado en la ciudad de Sérguiev Posad. Hace dieciséis años la diócesis de Tver accedió a la petición del joven sacerdote y le envió a la iglesia de Známenskaya. Desde aquel entonces está ayudando a la reducida población local.
"Me alegro mucho cuando en las grandes fiestas ortodoxas se reúnen aquí cinco o siete personas para oír misa. Lo importante es que la senda que lleva al templo no desaparezca del todo”, dice el padre Valentín.
Vísperas de la Epifanía
El arcipreste Valentín Bonilla empieza el día de vísperas de la Epifanía cortando leña. Por mucho que uno corte, nunca hay suficiente. "Para calentar la iglesia Známenskaya como Dios manda, uno debería echar leña a la estufa durante dos días enteros como mínimo”, explica el padre Valentín mientras el vapor le sale por la boca como una nube. “No sé quién vendrá, pero me apetece que durante la misa haga calorcillo".
Luego llevó al templo varios cubos de agua del pozo para santificarla y, más tarde, se dirigió al río Tresna. El padre Valentín suele pescar allí.
"La furgoneta que viene a Vyrets una vez cada cien años sólo vende bacalao congelado", dice.
Para ir al río se arma de un hacha y una sierra automática, ya que tendrá que hacer un agujero en el hielo para los baños tradicionales de la Epifanía.
"Sé que lo más probable es que nadie se meta en este “Jordán”, pero aún así tengo que hacer este agujero y santificarlo”, explica el padre Valentín.
"Me hundí en el suelo hasta la cintura"
El padre Valentín es entrevistado por un corresponsal de la agencia RIA Nóvosti de pie, en la iglesia Známenskaya, en el mismo sitio donde fue bautizado a finales de los años ochenta. Es precisamente ahí donde hace un año, diez minutos antes de empezar la celebración, el padre Bonilla se cayó al derrumbarse las tablas podridas del suelo.
"Me hundí hasta la cintura, menos mal que no me rompí las piernas”, recuerda el padre Valentín. “Llevo un año reparando los suelos. Voy pidiendo dinero a los conocidos. El tejado ya lo he reparado y también terminaré reparando el suelo. Cuando los veo, pido a los hombres que viven en los pueblos vecinos que me ayuden un poco". El propio sacerdote sabe utilizar tanto la sierra como el cepillo, pero el templo es grande y muy viejo. Es difícil apañárselas por su cuenta.
Poco a poco va cerrando los agujeros y, lo que es más importante, se ocupa de guardar lo que aún queda en el templo.
Al fin y al cabo, el templo está en medio del bosque, y hay muchos salteadores de caminos deseosos de llevarse iconos antiguos y objetos eclesiásticos.
"Aquí hubo una banda entera, luego les pillaron y les juzgaron por los delitos cometidos, pero también aparece de vez en cuando algún que otro personaje solitario sin escrúpulos morales”, comenta el párroco de la iglesia Známenskaya del pueblo Vyrets, Valentín Bonilla. “Los iconos más valiosos y los cálices de plata fueron robados antes de que me enviaran aquí. Tuve que emplear la astucia y escribir en cada icono: No tiene valor histórico".
"Hago de vendedor ambulante"
En Vyrets vive una familia numerosa, los Tsvetkovy, con siete hijos. El hijo mayor tiene diecisiete años y el menor acaba de cumplir uno. Olga está en casa con el pequeño Misha, mientras que el resto de los niños se van a vivir semanas enteras a un pueblo vecino que es más grande donde hay un colegio interno.
El padre de la familia, Mijaíl, se ausenta de casa meses enteros para construir casitas de baño para los que veranean en los alrededores. "Yo hago de vendedor ambulante. Les traigo de Moscú ropa usada que los fieles llevan a la iglesia, o las medicinas que necesitan”, dice el padre Valentín. “Al menos esta gente sólo me pide de vez en cuando que les preste dinero para comprar pan. El resto no se avergüenza de pedir dinero para quitarse la resaca".
Para celebrar la víspera de la epifanía, Valentín Bonilla ha traído a los niños naranjas y mandarinas. Y para la madre, un medicamento para el corazón.
Los niños, con motivo de la fiesta, se han puesto su mejor ropa. El día anterior Olga limpió la casa. Habla poco y parece cansada. "El padre Valentín es todo para nosotros. Bautiza a los niños y confiesa a los mayores. Escribe por nosotros todo tipo de certificados para la Seguridad Social, para que nos concedan ayudas para los niños, los lleva él mismo al distrito y se los entrega a los funcionarios", cuenta al corresponsal de RIA Nóvosti la parroquiana de la iglesia de Známenskaya del pueblo de Vyrets, Olga Tsvetkova. Añade que en invierno, cuando la vida en el pueblo es especialmente aburrida, van a visitar al padre Valentín. Entonces el sacerdote descuelga de la pared una guitarra y toca algo “español” para los niños.
El padre Valentín aprendió a tocar la guitarra clásica española de seis cuerdas cuando era muy joven. Quizá sea algo que lleva en la sangre.
Vísperas de la Epifanía
En vísperas de la Epifanía el padre Valentín fue al pueblo Nikólskoye a visitar a algunas señoras mayores enfermas, sus parroquianas. A la vuelta, a las cinco de la tarde, celebró la misa de la Epifanía en la iglesia de Známenskaya. Sólo se presentó la familia Tsvetkovy. Uno se puede preguntar, ¿para qué mantener un templo si nadie lo frecuenta?
"Si el Señor lo ha conservado, querrá decir que es necesario”, dice el cura. “La gente siempre tiene que tener un sitio donde acudir con sus penas y sus esperanzas. A veces me siento aquí como el torrero de un faro situado en una bahía abandonada. Es posible que los barcos ya nunca pasen por este sitio, pero estoy obligado a mantener el fuego en el faro para ellos. Imagínese que un día alguien decide cambiar de rumbo y entra en la bahía y el fuego está apagado. ¿Qué pasaría entonces?"
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