El giro de Obama

“Consideramos la adicción a las drogas como una de las amenazas más graves para el desarrollo de nuestro país y la salud de nuestro pueblo”, declaró el presidente ruso, Dimitri Medvédev, en una conferencia internacional de alto nivel celebrada recientemente en Moscú para tratar el problema de la heroína afgana. En esa reunión, las autoridades rusas trataron de convencer a los países occidentales de que la lucha contra las drogas debería captar la misma atención que la batalla contra el terrorismo internacional.

Rusia es el primer consumidor mundial de heroína afgana. Entre 30 y 40 mil personas mueren al año por sobredosis. Se calcula que hay 2,5 millones de adictos. La epidemia del SIDA se extiende imparable, debido al intercambio de jeringuillas, y podría afectar ya a un millón de personas.

Dado que la aplicación de las leyes en Rusia deja todavía bastante que desear, como reconoció hace poco el primer ministro, Vladímir Putin, las autoridades apuestan por atajar el problema de raíz. Es decir, en los campos de amapolas de Afganistán. Sin embargo, esta estrategia tiene el inconveniente de generar tensiones con Estados Unidos, en un momento en que la cooperación entre ambos países florece en muchas otras cuestiones.

La Administración de Barack Obama ha dado un giro de 180º en su tratamiento de la cuestión de la heroína afgana. Del entusiasmo de George W. Bush, dispuesto a aplicar en Afganistán la política de erradicación de los cultivos empleada en Colombia, ha pasado al escepticismo. Los responsables políticos estadounideneses en Afganistán -el diplomático Richard Holbrooke y el general al mando de las fuerzas militares, Stanley McChrystal- sostienen que la erradicación del opio alimentaría la insurreción talibán, al privar a los agricultores de su medio de vida. La Administración estadounidense se limita a alentar a los productores a adoptar “medios alternativos de vida”, como el cultivo del trigo, y a intensificar de forma paralela la lucha contra los narcóticos. Rusia opina que Estados Unidos hace la vista gorda con los productores. Y Estados Unidos sostiene que, si los agricultores resisten y se unen a la insurrección, las bajas no serán de soldados rusos, sino suyas.

Los talibán han establecido un impuesto sobre el opio, por lo que, si se destruyen los cultivos, contarán con menos fondos para pagar a los combatientes y comprar armas. Pero, por otro lado, podrían ganar adeptos dentro de los empobrecidos agricultores. La primera situación requiere tiempo. En cambio, los agricultores se verían de inmediato sin modo de ganarse la vida.

El director de la Oficina de la ONU contra la droga y el delito, Antonio María Costa, deploró en la reunión de Moscú la “falta extraordinaria de información”. Señaló que el cultivo de opio descendió un 30% en 2009 y que, este año, una plaga reducirá la cosecha en otro 30%. Costa admitió que la producción podría repuntar nuevamente en 2011, cuando la escasez haga subir los precios. Sostuvo que los países afectados deben esforzarse en reducir su demanda interna de heroína. El mercado mueve 13.000 millones de dólares al año en Rusia y 20.000 millones en la UE.




Cruce de acusaciones en Moscú

El problema del opio afgano genera fuertes emociones, algo que se hizo patente en la conferencia internacional de alto nivel celebrada en Moscú en junio, que reunió a representantes de más de 40 países. El embajador de Estados Unidos en Rusia, John Beyrle, calificó de “extravagantes” las afirmaciones rusas de que las fuerzas internacionales son cómplices de los contrabandistas, al no inspeccionar los cargamentos. Los afganos presentes señalaron que fue la invasión y ocupación soviética de Afganistán (1979-1989) lo que creó las condiciones necesarias para la producción de opio, al destruir los elaborados sistemas de riego con que contaba la agricultura del país.

Rusia amenazó con condicionar el paso de las fuerzas de la OTAN por su territorio a que la organización se comprometa a erradicar los cultivos. Y exhortó a Tayikistán, un país que depende de las remesas que envían sus emigrantes desde Rusia, a que haga mayores esfuerzos por controlar el tránsito de droga por su territorio.

El diputado de la Duma Semen Bagdasarov, habló de que su país sufre un “genocidio por drogas”. Sin embargo, Alexander Rahr, miembro del Consejo de Relaciones Exteriores, un ‘think tank’ alemán, declaró que ese país “tiene que hacer más para combatir las drogas a nivel interno para que su planteamiento internacional sea creíble”.

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