Orgullo y prejuicio

 La pareja feliz: Irina Fedótova-Fet eIrina Shipitko querían que sus relaciónessean oficialmente sancionados, perose les negó el Registro Civil de Moscú

La pareja feliz: Irina Fedótova-Fet eIrina Shipitko querían que sus relaciónessean oficialmente sancionados, perose les negó el Registro Civil de Moscú

Cuando hablamos de la vida gay en Moscú, se podría decir que hay dos ciudades enfrentadas. Está la ciudad del alcalde homófobo que predica la intolerancia y prohíbe las marchas, el Moscú donde las lesbianas y los gays reciben palizas y la ciudad de los clubs cerrados.
Pero también hay otra ciudad, en la que algunas familias homosexuales crían a sus hijos de forma abierta, y donde las parejas gays cada vez muestran más sus vidas privadas.

Masha Gessen es escritora y secretaria de redacción en la revista Snob, la versión rusa de Vanity Fair. Es lesbiana, está casada y es madre. Y no se siente acechada en Moscú. Gessen y su pareja van a buscar a sus chicos al colegio y asisten juntas a las reuniones de padres. “En Massachusetts estábamos casadas, pero nuestro matrimonio no está registrado aquí de forma oficial” dice Gessen. “Podría haber complicaciones legales, por derechos de paternidad o relacionados con la vivienda, ya que nuestro matrimonio no está reconocido por la ley rusa. Por el resto, en nuestra vida cotidiana no hemos tenido demasiados problemas hasta ahora”.

Gessen cuenta que su jefa es tolerante con los homosexuales y receptiva con los editores y escritores gays. Es evidente que esto no es Rusia, sino sólo una visión parcial de la vida en la capital. Pero un creciente movimiento de activistas, junto con las familias y parejas que viven su vida con tranquilidad, están comenzando a ejercer un impacto, aunque sea pequeño, en una sociedad conocida por su hostilidad hacia los gays y las lesbianas.

No cabe duda de que la amenaza de la violencia sigue siendo una preocupación y un obstáculo para hacer política. El fin de semana previo a la visita a Moscú del presidente estadounidense Barack Obama, el verano pasado, Nikolai Alexeyev, líder del movimiento independiente Gay Russia, tuvo que enfrentarse a un dilema. ¿Valía la pena correr el riesgo y generar tanta publicidad con una manifestación en las calles justo el día en que llegaba el presidente de Estados Unidos? Alexeyev reunió a sus colegas en su piso para discutirlo. El debate fue encendido. El presidente Obama llegaba a Moscú a la mañana siguiente. ¿En qué otro momento, decían algunos, iban a tener los gays rusos una oportunidad mejor para publicitar su lucha? Pero otros, incluído Alexeyev, temían las respuestas violentas. “La ciudad está llena de policías. No podemos garantizarles protección a nuestros activistas” dijo Alexeyev a sus amigos. “Me parece que no debemos arriesgarnos a una protesta sin autorización. La seguridad de nuestro pueblo es mucho más importante”. La posición cautelosa de Alexeyev prevaleció.

Gay Rusia, un movimiento político y de derechos humanos fundado hace cuatro años, está consiguiendo avances en todo el país. Cuenta con simpatizantes y activistas de perfil elevado en casi todas las zonas metropolitanas grandes y la comunidad gay le hace frente a la intolerancia día tras día, crimen tras crimen.

Las violaciones de los derechos humanos, los casos de discriminación política y las declaraciones homófobas de funcionarios rusos son registradas en la web gayrussia.ru, tanto en ruso como en inglés. Ya han conseguido algunas victorias políticas. En 2008, el gobernador de Tambon declaró públicamente que las minorías sexuales deberían “romperse en pedazos y ser arrojadas al viento”. Los activistas se quejaron formalmente a los fiscales. Si bien el caso nunca se abrió, el gobernador se sintió presionado y tuvo que retractarse de sus comentarios con una declaración al diario Izvestiya.

A pesar de que las autoridades de la ciudad niegan a los activistas el derecho a celebrar un desfile del orgullo gay, hay señales de que este año la hostilidad oficial se está suavizando. Dos gobernadores, en las regiones de Kirov y Perm, han declarado que las minorías sexuales gozan de iguales derechos como ciudadanos rusos. La primavera pasada se frenó un intento de prohibir la literatura gay en Ryazan, una región al sudeste de Moscú.

“A pesar de que nos denegaron las 160 solicitudes que presentamos en cuatro años en las que pedíamos a las autoridades que se nos reconozca el derecho a manifestarnos, nuestros esfuerzos tuvieron resultados de todos modos: los rusos saben hoy que los gays y las lesbianas son ciudadanos que luchan por sus derechos, como cualquier otra minoría” comenta el activista Nikolai Bayev. “La prensa e incluso algunos políticos nos escuchan a veces”.

Al margen de la política, los gays están creando sus propias islas de tolerancia. La estampa de las chicas jóvenes que se besan en los bancos del Tverskoy Boulevard, en el centro de Moscú, ya forma parte del mosaico de la ciudad. “Independientemente de lo que piensen los burócratas, nosotras vamos a salir y nos vamos a amar, como cualquier otro ser humano” asegura Natasha, una estudiante de 25 años. Ella y su novia Alena dicen, en un sitio de reunión de lesbianas no muy lejos de la Plaza Roja, que el riesgo de la violencia es real pero que está disminuyendo, al menos en la capital.

La primavera pasada, una pareja de lesbianas intentó por primera vez casarse legalmente. Dos activistas, Irina Fedotova, de 30 años, e Irina Shipitko, de 32, se vistieron de gala, se hicieron un moño y se presentaron en el registro civil de Moscú con rosas en las manos. Su solicitud fue denegada, tal como esperaban. “Irina y yo siempre hemos sabido que pasaríamos nuestra vida juntas” dice Fedotova. “Decidimos convertir nuestro matrimonio en un acto público para sentar un precedente en Rusia para que otras parejas de homosexuales sigan nuestros pasos”.

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