¿Serán capaces los aliados europeos de organizar una operación contra el Estado Islámico en el marco de la OTAN y sin la participación directa de EE UU? ¿Una operación similar, por ejemplo, a la campaña de Libia de 2011? En Rusia está muy extendida la opinión de que los europeos no solo pueden, sino que deben hacerlo, cooperando además con las fuerzas armadas rusas. Sin embargo, si se mira más de cerca, un escenario así es improbable.
En primer lugar, la operación en Libia no tenía una naturaleza antiterrorista. Para poder liquidar el Estado Islámico (si es que es posible conseguirlo con la ayuda de una intervención armada) se necesitarán unos recursos totalmente distintos y no se podrán evitar operaciones terrestres.
A pesar de la conmoción provocada por los recientes atentados terroristas en París, no todos los franceses están dispuestos a iniciar una guerra a gran escala, por no hablar de los ciudadanos del resto de países europeos miembros de la OTAN, que por ahora no han sufrido ningún atentado.
En segundo lugar, para organizar una operación terrestre contra el Estado Islámico habrá que encontrar sea como sea una capacidad de diálogo con el actual gobierno de Siria, dirigido por el presidente Bashar al Asad. Los aliados europeos de la OTAN, especialmente sin la participación directa de EE UU, nunca lograrán acordar una operación militar que en la práctica supondría una recolonización de una parte de Oriente Próximo y la instalación de un protectorado de la OTAN en territorio de Siria o del norte de Irak.
Por último, la presencia militar de Rusia en Siria no solo no crea ninguna perspectiva para la consolidación contra el Estado Islámico sino que, además, confunde la situación y la vuelve prácticamente imposible de resolver.
La idea fundamental para Rusia es volver a como era todo antes de la intervención estadounidense y de las “revoluciones”, restablecer el control del régimen de Asad en Siria y apoyar al gobierno de Irak para que este pueda hacer frente con sus propias fuerzas al problema del Estado Islámico: unas tareas completamente irrealizables.
Sin embargo, en estos momentos es necesario alcanzar nuevas soluciones, y para trabajar en ellas debe suceder algo del todo inusual: que las grandes potencias olviden sus antiguos intereses en Oriente Próximo y comiencen desde cero, considerando al Estados Islámico y al terrorismo islámico en general como una amenaza a todos y la única real que existe.
Esta vez los atentados terroristas del Estado Islámico han conseguido dar un duro golpe que llama a los líderes de los países civilizados a la razón y la unidad. Las explosiones y los tiroteos, más que ataques de un enemigo externo, constituyen los síntomas de una enfermedad interna que se ha contagiado a todo Occidente.
Rusia, que durante toda su historia se ha desarrollado como una parte de Occidente, como el límite oriental de este colosal espacio de la civilización, hoy en día se encuentra en una posición extraña e incómoda, está llamada a convertirse, o bien en el sepulturero de la civilización occidental (intentando romper la unidad de Europa y EE UU, alegrándose de los fracasos políticos de los líderes occidentales, organizando ataques furiosos contra los “viles valores de Occidente”, etc.), o bien en su última esperanza ante la amenaza del islamismo radical.
Este estatus no le favorece en absoluto, ya que no le garantiza ninguna esperanza ni perspectiva. Sin embargo, la situación internacional actual, por desgracia, tampoco prevé ninguna alternativa.
La cuestión que hasta ahora no ha hallado respuesta consiste en si los líderes de Rusia, EE UU y Europa serán lo suficientemente inteligentes como para reconocer el hecho de que debemos proteger no solo los intereses particulares de determinados países, pueblos o élites políticas, sino los intereses de toda la civilización occidental. Alguien deberá dar el primer paso hacia el entendimiento mutuo, y ese alguien pasará a la historia como un gobernante sabio y perspicaz.
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